lunes, 29 de abril de 2013

El maquinista de la general. Buster Keaton, Clyde Bruckman. 1926.



FICHA TÉCNICA

Título: El maquinista de la general.
Título original: The General
 Año: 1926
Duración: 74 min.
País: Estados Unidos
Director: Buster Keaton, Clyde Bruckman
Guión: Buster Keaton, Clyde Bruckman
Música: Carl Davis, Joe Hisaishi, Robert Israel, The Alloy Orchestra
Fotografía: Bert Haines, J.D. Jennings (B&W)
Reparto: Buster Keaton, Marion Mack, Glen Cavender, Jim Farley, Frederick Vroom, Charles Smith, Frank Varnes, Joe Keaton, Mike Donlin, Tom Nawm
Productora: United Artists
Género: Comedia. 
 
 
Sinopsis:
Johnny Gray (Buster Keaton) es maquinista en un estado del Sur y tiene dos grandes amores: una chica (Anabelle Lee) y una locomotora (La General). En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, Johnny intenta alistarse, pero el ejército considera que será más útil trabajando en la retaguardia. Sin embargo, Anabelle cree que es un cobarde y lo rechaza. El maquinista sólo podrá demostrar su auténtico valor cuando un comando nordista infiltrado en las líneas confederadas le robe "La General" y rapte a Anabelle. Johnny no dudará un segundo en subirse a otra locomotora y perseguir a los yanquis para recuperar a sus dos amadas.   

Interesante:    

A Buster Keaton le apasionaban los trenes. Seguramente por eso cuando tuvo una locomotora de verdad para él solo consiguió hacer con ella una obra maestra del cine y un prodigio de la comedia sin sonreír ni una sola vez. Además del tren (se usaron tres auténticos para la película) Keaton contaba con un enorme presupuesto para la época y una historia real: el robo de La General durante la Guerra de Secesión americana, una anécdota muy conocida en aquel momento que adaptó convirtiendo a su patoso personaje de enormes ojos y cara de palo en el despistado héroe capaz de enfrentarse solo al ejército de la Unión para recuperar la máquina robada por el enemigo y, de paso, a su chica. Keaton estaba obsesionado con la verosimilitud y el realismo de sus imágenes. Tanto que intentó utilizar la histórica locomotora rebelde para la película, pero alguien consideró improcedente prestar una reliquia bélica de tal calibre para una frivolidad como el cine. Aún así se las apañó para conseguir una máquina similar, la convirtió en una réplica idéntica y se empeñó en que funcionara con leña. Aprendió a conducir la falsa General tan bien como para detenerla sobre una moneda, a correr por los techos de sus vagones, a alimentarla frenéticamente con más madera y a hacer girar sus oxidados engranajes, provocando innumerables incendios a su paso y sin consentir que nadie le doblara en las escenas de peligro. Los cámaras tenían orden de rodar hasta que él gritara corten, o bien muriera. Y así filmaron una de las escenas más bellas (y arriesgadas) de la historia del cine: esa en la que el maquinista, injustamente rechazado por su amada, no se da cuenta de que el tren arranca con él sentado sobre la biela que podía haberle destrozado no sólo el corazón.
Fuente, Miradas de cine, nº 115, octubre de 2011, Josefa Paredes.

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